lunes, febrero 5

POSTAL

Hace ya un buen rato que transitás la noche a bordo de esa ruta acorazado en tu viejo Taunus. El vago recuerdo del ocaso en que partiste pone sobre la mesa el hecho que no recordás cuando fue la última vez que viste el sol. Falta mucho para llegar a destino. Tanto que no sabés dónde querés llegar. La única referencia que tenés es que no hay vuelta atrás.
Cada tanto te cruzás con otras armaduras móviles, cuya velocidad te impide ver de quién se trata. Una familia, un hombre feliz, una mujer más perdida que vos, alguien que ya encontró el paraíso que será perfecto cuando traiga los puchos que está yendo a buscar.
Muy de tanto en tanto tus párpados se rinden y pensás en parar a dormir un poco. Pero la idea de llegar te mantienen despierto.
Estás apurado, aunque no estés llegando tarde. Nunca se llega tarde a donde uno no es esperado.
El asfalto. Postes de luz. Carteles indicadores inentendibles o insignificantes. Paradores. Kilometrajes. Signos de que alguien ya a transitado ese camino, consiente de que otros lo harán.
En cada casa que pasás, en cada parador o luz que ves al costado de la ruta esperás que sea esa que te obligue a pisar el freno, bajar y golpear la puerta que se abra con esa (y no otra) cara: “Bienvenido a casa”.