lunes, noviembre 27

LA RATA


Sus patitas se mueven de aquí para allá por el techo de mi habitación (¿o debería llamarla sarcófago 5 estrellas?).

Ella riega mi insomnio. En realidad no sé si llamarlo insomnio. Dormir no tendría mucho sentido. Perdí todo tipo de sueños hace años. Y nada que ocurra párpados adentro representará una pesadilla más grande que la que tengo todos los días al levantarme.

Ella se mueve. Todo el tiempo. Va de acá para allá. ¿Qué hace? ¿Cuál es la prisa? Sigue. Muy de tanto en tanto se detiene y roe. No puede estar sin hacer nada. Debería aprender de ella. Un día va a gastar el techo y caer sobre mi cabeza. Me da asco el sólo pensarlo. Sus pelos. Sus dientes. Su cola, esa que arrastra. Pero tampoco sé si tengo que quejarme tanto. Lo que ella encuentre no será mucho más agradable.

En el techo no hay nada. Acá adentro hay muchas cosas. Pero ninguna que me motive a realizar el 1% de los movimientos que ella realiza.

En el techo no hay nadie. Sólo ella. ¿Cómo tolera tantas noches de soledad? Bueno, hay que reconocer que lo suyo es más sincero. Yo hace años que duermo con los escombros de la mujer de la que alguna vez estuve enamorado.

Aquí estoy pendiente de ella. A veces pienso que pasaría si no estuviera. Y ella que ni debe saber que yo existo.


Voy a matarla. Mañana mismo. O pasado. O cualquier día de los que vengan, como hace dos años. Estoy decidido. Siempre lo estuve. Pero cada vez que estoy en el techo con el veneno, a punto de ejecutarla, siento pena de exterminar al único ser vivo que hay en esta casa.

lunes, noviembre 13

PEQUEÑAS CONSPIRACIONES

En este momento, en distintos lugares, se están tejiendo pequeñas conspiraciones.
Los escenarios son muchos y diversos: pequeñas habitaciones dominadas por el humo, amplios parques con grandes mesas con restos de un suculento banquete dionisíaco como único testigo, camas en las que parejas de amantes comparten un Phillips después de pegarse un polvo machazo (y hembrazo).

Están ahí. Frente a tus ojos. Podés verlos fácilmente rascando un poco la cascarita. En esa ventana que está siempre iluminada cuando acompañás a Marlowe a echarse el último pis de la joranada, en ese teléfono que la viejita del “C” atiende apresuradamente ahogando el primer llamado, en ese kiosco que nunca tiene cigarrillos ni forros. Pero no creo estar contándote nada nuevo. Todos participamos de alguna pequeña conspiración.

Así que, sin más preámbulo, detallo hasta donde se:


- En un departamento en el centro de Rosario, cinco devotos de la iglesia maradoniana ultiman los detalles del atentado contra Judas. Vienen de años de hacer averiguaciones y planes. Ya saben el nombre y la dirección actual de la enfermera que llevó a Diego al matadero luego del partido contra Nigeria. Organizan peñas, kermesses, campeonatos de metegol y distintos tipos de actividades cuyos fondos serán destinados a concretar la venganza. Una comitiva viajará y secuestrará a la persona en cuestión para, tras haberse reventado las fosas nasales, mearla toda al grito de “antidoppingueate ESTA, turra”.

- Florencia y Gustavo son militantes antiimperialistas. Pero les encanta la comida de McDonalds. Además de encontrar delicioso el sabor de las hamburguesas de plástico, les gusta un valor agregado: la adrenalina que les produce el hecho de que alguien los vea entrar o salir del lugar. Pero matan su culpa tomándose mucho tiempo para decidir el menú, como si estuvieran ante la carta del Four Seasons. Elijen un combo, cambian, piden la cajita feliz, le agregan una promoción, la descartan, una y otra vez. Esta conjura tiene un tercer miembro: la amabilidad agresiva del empleado del mes, que realiza cada cambio con la mejor de las sonrisas de su uniforme de trabajo. Hace cosa de un mes, rompieron un recordtomándose media hora en la cola del local de comidas ráidas. Si algún día son descubiertos por sus compañeros de militancia, argüirán que lo que están haciendo es tirar abajo uno de los principales bastiones del sistema capitalista: la eiciencia. Tras su paso por un local de McDonalds, cuesta seguir utilizando el término fastfood.

-En el intervalo entre carreras, Sergio y Jacinto al buffet van a matar su sed y darle el tiro de gracia al tiempo. Luego de analizar las próximas apuestas, comienzan una discusión en voz alta. Así es como Heidegger, Gramsci, Kerouak, Buñuel y Celine, se han hecho presentes en el hipódromo de Palermo. Al ser todos argentinos, cada concurrente tiene una opinión formada sobre el tema en debate propuesto por Sergio o Jacinto. Así que, cuando ya hace tiempo que han dejado el buffet, la concurrencia continúa discurriendo. Una vez lo intentaron en la cancha. Pero hay gente a la que no hay conspiración que la salve.

-La vida no volvió a ser lo mismo para Martín y Agustina después de la primer pepa. Asombrados por el poder que puede despertar un cartoncito de mierda, sintieron que tenían una misión en la vida: dar a conocer al resto de los mortales tamaña maravilla. Comenzaron por su circuito íntimo, tarea que no les opuso mayores resistencias. Sin embargo, al tiempo de comenzar su apostolado, cayeron en la cuenta de que no sería tan fácil con todo el mundo. Ninguno de los dos se anima a afirmar de quien fue la idea. Pero sucedió dos días después del viaje que se pegaron con motivo del primer recital de los Rolling Stones en nuestro país, en el año 1995. Al pasar frente a la catedral metropolitana, sintieron una profunda pena por los devotos que salían de allí. Pensar ni con toda la teca conocerán lo que conocemos nosotros. Hicieron las averiguaciones pertinentes, y dieron con alguien que les puede conseguir un bidón de LSD. Ya tienen la inteligencia casi resuelta. Un sábado por la noche, se meterán en la catedral y bendecirán las ostias con ácido. ¿Verán a Dios los feligreses ese día?


También existen los conspiradores individuales:


-El día que Agustina y Martín concreten su conspiración, José será uno de los primeros testigos. Vive cerca de la Catedral, en la casa que fue de su abuelo, un obrero italiano anarquista llegado al país a principio de siglo. Además de la casa, heredó del nono una misión, que también prosigue su padre. Todos los años, llegado el viernes de Pascua prepara un bruto asado. Comienza desde temprano, para que se haga bien despacito. Cuando la carne está al fuego, abre absolutamente todas las puertas y ventanas, permitiendo que el aroma de su manjar invada las calles. Sin embargo, su conspiración está en decadencia. “En las épocas del abuelo era otra cosa. Los garcas estos se llenaban de odio. Un par de vueltas terminó preso. Pero esos eran otros tiempos. Había un Severino Di Giovanni, un Ramón Falcón. Pero en estas épocas carentes de ideales a todo el mundo le chupa un huevo todo. Además, con lo que cuesta la carne, estoy pensando en darme por vencido”. Esperemos que no lo haga. Todos somos un poco más débiles cuando claudica un idealista.

-En una dependencia de la municipalidad de Avellaneda, César se dedica al Caos. ¿Cómo lo hace? Fácil. Entra a oficinas vacías y se sienta frente a alguna computadora y comienza su faena. Destruye archivos, los cambia de lugar, altera sus nombres o fechas, borra correos electrónicos. Una vez llegó a destruir el disco rígido, perdiendo así, de una vez y para siempre, años de burocracia estatal. Si viene gente a realizar alguna consulta que él puede solucionar, da respuestas incorrecta. “Después la gente putea porque anda todo para el orto. Piensan que es un problema estructural”, explica. Inmediatamente hace la reivindicación de su comando unipersonal. “Mirá que yo no soy un ñoqui que viene sólo a cobrar. Yo produzco desorden.”. Cual John Lennon en “Imagine”, César sueña. “¿No sería mejor el mundo si en cada ministerio, cada secretaría, subsecretaría, prosecretaría, consejo, cámara, comité, comisión, juzgado o lo que mierda se te ocurra hubiera una persona haciendo lo que hago yo?”.

-Cada vez que va a un lugar público en el que hay una tele encendida a la que puede tener acceso, Cecilia se ocupa de cambiar el canal, por lo general enlodado de noticias pedorras o de deportes. Así es que en la cola del supermercado, el nietito de Irene se colgó viendo unas animaciones de Norman McLaren mientras su abuela pagaba el postre de dulce de leche que había ocasionado un bruto berrinche minutos antes.

-También los supermercados marplatenses son víctimas de conspiraciones. Nuestro conspirador se llama Pedro. Su accionar consiste en cambiar las cosas de sus góndolas correspondientes. No tiene en claro porqué lo hace. Pero rompe las pelotas. Claro que muchas veces al repositor. Como descargo, puede decirse en su favor que de todos modos le romperían las pelotas al pobre repositor.

-Lucía se gana la vida vendiendo pochoclos en una cadena de cines en un shopping cordobés. Cuando hay una película en cartelera es una basura inflada por una importante campaña publicitaria, Lucía activa su complot. Agarra unos pochoclos y los come en medio de la proyección haciendo mucho ruido, tose, hace sonar su celular. Nadie que haya visto una película en medio de su accionar puede decir que ha pasado un grato momento. Muchos le cargan la cuenta a una película que, sin conspiración mediante, hubieran disfrutado.


Demoras en el fastfood, televisores que cambian de canal, mercaderías que aparecen en otros lados, misas lisérgicas. No existe un plan magistral ni mucho menos una sincronización. Cada uno atiende su pequeño juego, sin sospechar la gran trama de la que es parte. Las distintas conspiraciones desconocen la existencia de las otras. Quizá un conspirador caiga en la telaraña tejida por otros. Un día César tendrá que buscar su Tocornal en el cajón de manzanas violetas que hablan con la madre de Pedro luego de comulgar en la Catedral, mientras Martín y Agustina puteen contra el municipio luego de hacer tres horas de cola al pedo porque les indicaron mal donde debían hacer el trámite, con el alivio de haber pescado un fragmento del documental sobre John Cunningham Lilly y sus maravillosas cápsulas de aislamiento, antes que el seguridad del lugar vuelva la tele a TyC y las cosas a su supuesto respectivo lugar. Esto debe ser entendido como parte de las reglas del juego. Lo único a lo que hay que apostar es a que ninguna conspiración anule o atente contra otra.

Lenta pero irremediablemente, se gesta el caos.

Un nuevo orden está en camino.

martes, noviembre 7

NOCHES EN UN BOULEVARD SOLEADO

No conozco ni he conocido TODOS los bares de la ciudad de La Plata. Pero me atrevo a decir que el Boulevard del Sol fue el mejor antro que ha existido y existirá jamás en este cubo mágico infernal crucificado por diagonales.

Una imponente casona colonial ubicada en la calle 53 entre 1 y 2 frente a un verde boulevard albergó desde mediados de los ´80 y por casi 10 años noches de mística, locura y rock fuerte. Sí, claro que había falopa.

La ubicación presentaba dos desventajas. La jefatura de policía en frente y la (¿)cancha(?) de Estudiantes a la vuelta. Pero la verdad es que el hedor nunca se sintió desde el “Bule”.

Al traspasar el zaguán, uno se encontraba con un patio en cuyo fondo se montaba el escenario en el que, ya bien entrada la primavera y mientras el otoño lo permitiera uno podía disfrutar del peregrinaje de las bandas que sonaban en un período de alta fertilidad creativa en nuestra ciudad. Cuando el frío o el cielo se empeñaban en aguarnos la noche, la cosa se mudaba al interior del lugar. Dos habitaciones bastante amplias habían sido unidas para hacer un salón que, restando la barra y la tarima que oficiaba de escenario, aún dejaba algo de espacio para albergar a los parroquianos.

La concurrencia era una mezcla de hippies tardíos, pseudobeatniks fuera de tiempo y espacio y artistas de las más variada calaña. Por algún motivo u otro, todos tenían un aire de sobreviviente. Por entonces no existía la costumbre de poner tan fuerte la música. Así que, terminada la banda, o lo que fuera que nos hubiera convocado (cuando íbamos por algo más que el sólo hecho de estar en el lugar) podía uno quedarse charlando y conociendo gente. Los rejuntes de mesas eran más que comunes en el paisaje del Boulevard. Las noches duraban hasta altas horas de la madrugada. O tempranas horas de la mañana, según se vea.

Las mujeres eran más interesantes que bellas. Corrijo: mujeres cuya belleza radicaba en cierto valor agregado. No sé cuán lindas me hubiesen parecido muchas de las minas que conocí allí, de haberlas encontrado en otro lugar. Es como si el lugar les quedara bien. Y viceversa.

Fui por primera vez el domingo previo al feriado del 17 de agosto del año ´90. Fue una de mis primeras salidas. Un amigo, con algunos años más que yo, me llevó al lugar “donde va la gente del palo”.
- ¿Quién es la gente del palo?
- Vení acá y la vas a conocer.
Entré al baño y ahí estaba la gente del palo: una banda de cocainómanos empedernidos que hacían giratoria la puerta buscando calmar su celo nasal. No me atrevo a afirmar que alguna vez lo hicieran. En aquel momento no imaginé hasta que punto las condiciones de privacidad de los baños influirían en mis preferencias por ciertos lugares.
No había sido siempre así la cosa, me enteré después. “Ahora está más careta”, comentó alguien. “Antes no nos tomábamos la molestia de ir al baño. ¿Viste qué lindas mesas?”

Es un problema que he tenido siempre. Soy de llegar cuando el asunto está empezado y, en muchos casos, cuando sólo restan los bises. Del Bulevard pesqué una versión, no diría que ATP, pero sí PM13, en comparación con el XXX que fue en los 80 (lo de XXX debe entenderse simplemente como una graficación comparativa). Claro que en aquel momento no hubiera ido a ese lugar, y mucho menos solo. Nadie iba solo allí. El lugar era escenario de trifulcas de todo tipo y, por la cercanía con la jefatura policial antes mencionada, era más que común que los fines de semana se alternaran entre los que podían abrir y los que estaba clausurado.

Por la época en que empecé a frecuentar al Bule, cambió de rubro Bar a Centro Cultural. La diferencia radicaba en que se habilitó la planta alta para distintas expresiones artísticas. Aunque no duró mucho. Apenas el tiempo que tardaron los dueños en darse cuenta que los concurrentes a las inauguraciones no íbamos tan motivados por las obras presentadas en la mayoría de los casos por snobs que se perdieron el Di Tella, sino por el vino (no del mejor, aclaro) con que invitaba la casa.

A fines del 91, se realizó en el “Bule” un certamen de bandas. Hubo algunas situaciones que no quedaron del todo claras. Además ¿cuál era la necesidad de establecer un podio, pudiendo hacerse una suerte de festival en el que las bandas simplemente toquen? Sin embargo, el evento fue una buena ocasión para que durante esas noches pudieron verse y escucharse a gente como Mister América, Los Peregrinos, Peligrosos Gorriones, 40 Escalones, Falso Primer Ministro, Dintona Rumori, Señor Valdemar y Flores Subterráneas.

La memoria me ancla en una noche de la última semana de 1992. A pesar del calor, había mucha gente resfriada. El patio y el baño estaban colmados de saludos, abrazos, brindis, planes para resistir el verano y deseos de prósperos años nuevos que nunca empezaron. En el escenario, Pachuco Cadáver (Pettinatto, Piccolini, Willy Crook y Gillespie) daba un show tan magnífico como extraño (al igual que su disco “3 huevos bajo tierra”). No sé a ciencia cierta cuando cerró, pero ese es mi último recuerdo del Bule. El año siguiente encontró a la gente del palo en otros baños. Los del Tinto A-Go-Go(que había abierto un par de años antes), El Bar (que también existía con el nombre de “Halloween”) o el fugaz Zeppelin.

Es una pena que no haya aguantado hasta hoy. Sería por lejos el mejor antro de la ciudad. Entonces lo perjudicó la ubibación. Es difícil pensar eso cuando hoy se cruza la ciudad para ir a perder el tiempo y la audición a los tantos bares que han abierto. Pero entonces no eran tantos y estaban bastante concentrados geográficamente.

A pesar de las posibilidades que da la arquitectura del lugar, nunca volvió a darse algo como eso allí. Durante mucho tiempo hubo una dependencia municipal. Luego, con el mismo nombre, un restoran bastante cheto. Hoy hay una casa de “eventos”. No sé cual de los tres turros fue el responsable de techar el patio.

A veces pienso en entrar. Quiero volver a ese baño una vez más. No creo en fantasmas, pero si voy a tener que reventar, preferiría que fuera con uno del palo. Por ahí me convida y puedo saldar una deuda: tomar la raya que nunca tomé en el baño del Boulevard del Sol.